El cielo y el infierno

El hombre está compuesto por el cuerpo y el Espíritu. El Espíritu es el ser principal, racional, inteligente. El cuerpo es la envoltura material que reviste al Espíritu en forma transitoria, para el cumplimiento de su misión en la Tierra y para la ejecución del trabajo necesario para su adelanto. El cuerpo, cuando se ha consumido, se destruye, pero el Espíritu sobrevive a su destrucción. Sin el Espíritu, el cuerpo sólo es materia inerte, como un instrumento privado del brazo que lo acciona. Sin el cuerpo, el Espíritu lo es todo: la vida y la inteligencia

La expansión del amor

El reino de mi amor ha de expandirse. He amado mi cuerpo más que otra cosa y, por eso, me identifico con él y he dejado que me limite. Con el amor que le he brindado al cuerpo, amaré a todos los que me aman. Con ese amor expandido de todos lo que me aman, amaré a los míos. Con el mismo amor que siento por mí y por los míos, amaré a los extraños. Emplearé todo mi amor para amar igualmente a quienes no me aman como a los que me aman, y sumergiré todas las almas en mi amor desinteresado. Mis familiares, mis conciudadanos, todas las naciones y todos los seres nadarán en el océano de mi amor. La creación entera y las miríadas de diminutas criaturas vivientes danzarán sobre las olas de mi amor.


Me he impregnado del perfume de tu presencia y dejo que con la brisa se difunda el aroma de tu divino mensaje del amor por todos.

En el templo del amor de mi madre terrenal, veneraré la encarnación del amor de la Madre Divina.

Todo deseo de amor lo purificaré y satisfaré, en mi sagrado amor a Ti.

Infinito Bienamado, te mantendré siempre cautivo tras los sólidos muros de mi amor imperecedero.

Seguiré amándote siempre, ya sea que Tu respondas o no a mis exigentes llamados y oraciones.

Enséñame a vivificar mis oraciones con tu amor. Permíteme sentir tu proximidad en el trasfondo de las palabras de mi plegaria.

Sé que Tú estás escuchando las silenciosas palabras de mi alma, oculto tras las cortina misma de mis amorosos y exigentes llamados.

Reconoceré que es Dios mismo quien me brinda su amor a través de todos los corazones.

Enséñame a beber el néctar del gozo duradero que mana de la fuente de la meditación.

Madre Divina, enséñame a adorarte en el altar del silencio interior y en el altar de la actividad externa.

Purifica la escoria que hay en mí. Destierra para siempre del mundo la enfermedad y la pobreza. Elimina de las playas de las almas humanas el desconocimiento de Ti.

Meditaciones metafísicasParamahansa Yogananda

El invencible león que mora en mi alma

            Siendo yo un cachorro del Divino León, me encontré confinado en un redil de flaquezas y limitaciones. Amedrentado y conviviendo largo tiempo con ovejas, balaba yo día tras día, y olvidé mi rugido aterrador que ahuyenta todas las penas enemigas.

            Pero Tú, ¡Oh invencible león que moras en mi alma!, me arrastraste hasta el abrevadero de la meditación diciéndome: "¡Eres un león, no una oveja! ¡Abre los ojos y ruge!".
      
            Ante el apremio de tus enérgicas sacudidas espirituales, me asomé al cristalino estanque de la paz y ¡he aquí que contemplé el reflejo de mi rostro que era igual al Tuyo!

            Ahora sé que soy un león de cósmico poder y, en vez de balar, estremezco la selva del error con el estruendo de tu voz omnipotente. En libertad divina, salto por la jungla de los engaños terrenales, devorando las pequeñas bestias de las timideces y preocupaciones exasperantes, y las hienas salvajes de la incredulidad.

            ¡Oh León de la liberación, lanza siempre a través de mí tu rugido de valor que todo lo vence!

Susurros de la Eternidad